“Cuando el rencor te enferma”
La historia de Ester y su proceso de liberación

“Me resentí con todos, incluso conmigo misma. 

Hoy sé que el rencor fue una forma de huir del miedo.”

Cuando todo me hería

Ester confiesa que durante años el resentimiento fue una presencia constante en su vida. “Me he resentido absolutamente con todo el mundo en algún momento, no importaba el tipo de persona. Si alguien no hacía o decía lo que yo esperaba, empezaba un resentimiento interno, aunque intentara disimularlo.”

Lo que más la afectaba eran las personas con poder, las imprevisibles o las que mostraban indiferencia hacia ella. “El resentimiento más profundo surgía del miedo a no ser importante para los demás. Me daba terror sentir la indiferencia.”

Pero el descubrimiento más importante llegó después: “La persona con la que más me he resentido en esta vida es conmigo misma. Nunca me entendí ni me toleré hasta que empecé a trabajar en mi recuperación emocional.”

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Cuando el cuerpo grita lo que el alma calla

El resentimiento no solo le afectó emocionalmente. “Tengo psoriasis, una enfermedad autoinmune muy relacionada con las emociones. Pero eso fue solo una parte del daño. Me maltraté muchísimo, hasta el punto de atentar dos veces contra mi vida. Sentía que mi dolor era insoportable y que nadie me quería.”

Ester recuerda esa etapa como un abismo de desesperanza: “El resentimiento reprimido se convirtió en odio hacia mí misma. Dejé de comer, dormía mal y caí en una profunda depresión.”

 

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El rencor en el trabajo y en la vida diaria

“Mis resentimientos me afectaban en todas las esferas de la vida. En el trabajo, por ejemplo, llegaba a pensar que todo lo que se decía era contra mí. Era un infierno.”

Con el tiempo, empezó a comprender que muchas de esas interpretaciones venían del miedo y la inseguridad. “Me di cuenta de que la mayoría de mis resentimientos no tenían un motivo real. Y los que sí lo tenían, muchas veces no dependían de mí. Aprendí que lo importante es saber discernir qué está en mis manos y qué no.”

La trampa de la venganza

“Cuando sentía la indiferencia de alguien, enseguida me subía la ira. Necesitaba cambiar esa realidad, no podía soportarla. Internamente exigía atención y protección de una manera insistente, desgastante para los demás y destructiva para mí.”

Recuerda su relación con su madre como una de las más difíciles: “Necesitaba toda su atención y no soportaba compartirla. La castigaba con mi indiferencia, con mi mal humor, con la crítica. En el fondo, el mayor castigo hacia ella fueron mis intentos de suicidio. Era mi manera de decirle cuánto sufría, aunque también la forma más destructiva de hacerlo.”

Con el tiempo entendió que esas reacciones eran reflejo de una herida más profunda: el miedo al rechazo y a no sentirse amada.

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Un veneno llamado perfeccionismo

“Con mis amigos yo necesitaba sentirme importante todo el tiempo. Si se olvidaban de mí, me invadía una vorágine de odio. Pero lo ocultaba, porque temía que me rechazaran si mostraba lo que sentía.”

Ese control constante la fue aislando. “El resentimiento se volvió un veneno mortal. Me castigaba por dentro, me sentía culpable hasta por las decisiones de los demás.”

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El punto de inflexión: descubrir Emocionales Anónimos

Ester reconoce que su verdadera transformación comenzó cuando decidió pedir ayuda y se acercó a Emocionales Anónimos, una agrupación de 12 pasos, enfocada en el trabajo interior y la recuperación emocional.

“Allí entendí que el problema no eran los demás, sino mi manera de reaccionar ante ellos. En las reuniones encontré personas que hablaban mi mismo idioma emocional, que no me juzgaban y me ofrecían un camino para entenderme y sanar.”

El acompañamiento y las herramientas del grupo le permitieron reconocer sus patrones y empezar a soltar el rencor. “Aprendí a ver mis resentimientos, aceptarlos y trabajar sobre ellos. Descubrí que detrás de ellos estaban el miedo, el orgullo y la envidia. Poder reconocerlos me dio libertad.”

Hoy, Ester afirma que el grupo le salvó la vida. “En Emocionales Anónimos aprendí a dejar de mirar qué hacen los demás y empezar a mirarme a mí misma. Ya no huyo de mis emociones, las abrazo para poder transformarlas.”

rencor y resentimientos

Un mensaje final

Ester concluye su testimonio con un mensaje esperanzador:

“El resentimiento fue mi prisión durante muchos años. Pero también fue el espejo que me mostró quién era. Gracias a Emocionales Anónimos, hoy sé que puedo vivir en paz, sin cargar con el pasado.”

Recuerda, los grupos Emocionales Anónimos ofrecen un entorno seguro y comprensivo donde puedes compartir tus pensamientos y emociones sin temor a ser juzgado. Al escuchar las experiencias de otros miembros que han superado desafíos similares, puedes obtener esperanza y perspectiva

Además, el apoyo emocional y el sentido de pertenencia pueden ayudarte a sentirte menos sola y más motivada para buscar tu recuperación.

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